4.1.12

Crónica del libro de agua

 Crónica.



RESEÑA POR HENRY ALEXANDER GÓMEZ

El poema ha ido llenando con árboles de lluvia el patio del cielo. El insólito eco de Dios retumba quedamente en las paredes de la casa y el milagro del lenguaje crea las horas silenciosas para que los ángeles descansen allí de su fatiga.

El universo poético que envuelve el libro En el traspatio del cielo (1993), de Rómulo Bustos Aguirre, es extraordinario. El poeta, consiente de su habilidad creadora, de su oficio todopoderoso como ingeniero del lenguaje, nos invade con la arquitectura del asombro y edifica, literalmente, el extraño palacio que se levanta en el techo del mundo, la hacienda del cielo.

Nacido en Santa Catalina de Alejandría, Bolívar (1954), Rómulo Bustos Aguirre se muestra como uno de los poetas más destacados de su generación. Desde la aparición de su primer libro, El oscuro sello de Dios (1988), ha dejado clara su habilidad para inmiscuirse en los misterios del mundo mediante el sencillo uso de la palabra. Su obra constituye un universo vitalista que interroga la existencia del ser y los objetos, y los fenómenos que le rodean.

Un poeta sueña la representación de su mundo. El traspatio del cielo es ante todo la sorpresa y la escritura de la infancia. Con un juego sutil de imaginarios, con la invención de espacios que simbolizan el cielo de los hombres, con el hálito celeste de los árboles y la trascendencia de Dios, del patio sagrado y sus “habitantes”; Bustos nos lleva a la memoria singular de su niñez. Las ensoñaciones de las horas, la fascinación por las cosas simples, el recuerdo de su hermana y su familia, o el tejido angular del mundo caribeño.
Un día
Dios sembró un árbol de agua
para que lloviera
Tomó lágrimas suyas y las sembró
Y vio Dios que era buena la tierra del cielo
para sembrar la lluvia
Y hubo así estaciones
Y cada cierto tiempo
el viento que agita las alas de mil ángeles
estremece el árbol y sus hojas se esparcen
sobre la tierra
Entonces comienza el invierno
Y nosotros ponemos ollas y cántaros para recoger
la lluvia

El libro es también el mito de la creación, la génesis de las cosas. Allí nos encontramos con un ángel que observa sin asombro los ríos de la tierra en la palma de su mano, o un árbol que relincha y sueña el sueño de un caballo. Sus poemas son substancias extrañas y pequeñas, su poesía es la reinvención de los objetos cotidianos. El cielo es otra forma de la infancia.

Rómulo Bustos Aguirre ha hilvanado una obra con una solidez impresionante. En ella vislumbramos la poesía del asombro. Sus otros libros, Lunación del amor (1990), La estación de la sed (1998) y Sacrificiales (2003) mantienen en vilo la edad del poeta, la oración de la imaginación desbordada.

Debo decir que su escritura me llena de una emoción impar; me colma de una gran satisfacción el encontrarme con alguien que escribe con su sangre y su inteligencia. Como Aurelio Arturo, José Manuel Arango, Juan Manuel Roca y otros grandes de la poesía colombiana, su obra ya hace parte del mosaico de lo que no habrá de olvidarse.

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