16.3.12

Iluminaciones # 3

Solos. Portada del libro.


ESPEJO PARA SOLITARIOS


Reseña por Jorge Valbuena.


Deshabitados, secretos entre nuestros secretos, salimos a poblar el día. Los solos se ocupan de todos los detalles, escampan bajo los aleros de su propia tempestad sin dejar que sus truenos traspasen otras memorias, las mismas que se desatan ante un reflejo o un atisbo de azar. Los solos tropiezan con otros solos y se levantan las veces que requiera el silencio. Cae la noche en sus senderos y un laberinto de hielo les nace desde sus heridas. Los solos saben conversar con sus espejos, mientras vuelven las caídas, mientras gotea en el fondo de sus alforjas un nombre que los condena a ser la nueva sombra de sus sombras, la nueva especie que desnuda los límites del tiempo en busca del humo y de la cicatriz.
Como un eco de nuestra huella queda este piélago de sombras encendido, auscultando las absoluciones que nos hemos prodigado, las visitas a nuestra soledad, el ardor desenfundado de la sílaba exacta, el recorrido por las páginas de este libro como por un espejo de piel recién tallado. SOLOS, la más reciente obra publicada del poeta Xavier Oquendo Troncoso demarca las orillas de nuestra heredad, la soledad como punto de partida, como punto de llegada y eslabón de nuestro más íntimo misterio: la ausencia de nosotros mismos.
Desde el inicio de su marcha la soledad se propaga como un viento que nos desnuda, dejándonos a la intemperie del mundo con nuestros despojos, los mismos que hemos ido acumulado en tantas lunas rotas. Un epígrafe de Eduardo Galeno, que lleva el mismo título del libro, abre el panorama al universo de los solos. Con un registro que delata las fisuras que deja el tiempo, los rezagos de los días, las máscaras de la ausencia, nos involucramos en una certeza que poco a poco se va adueñando de nuestros vacíos, la cotidianidad en la que nos anclamos para acostumbrarnos a nuestras caídas. “Voy con los miedos/ por esos senderos/donde solo parece oírse/ cómo reclaman, en el viento,/ las brisas que se juntan para amarse.” Un soneto se ocupa de mantener un diálogo con otros tiempos, después un escaño minimalista continúa el canto. Una voz que pretende ser individual, indiferente al lector, puesta en un lugar desconocido, se apropia paulatinamente de aquel que se desliza por sus páginas. Una suerte de rapto se desata en el primer capítulo Solos, durante el lapso del primer apartado: Una sola voz, al segundo: Todas las voces.
Allí ese murmullo que pretendía ser secreto se convierte en eco, y acaso un estruendo empiece a ocupar sus páginas, el de nuestra condición de solitarios. La voz que ahora nos delata sugiere una cartografía del espacio habitado por los solos: las avenidas, los trenes, los laberintos, los reflejos, los catálogos, los bancos, las escaleras. Como una especie que merece ser analizada milimétricamente, este primer capítulo se encarga de indagar, como en una taxonomía, el carácter de ausencia del solitario, los motivos de su despojo. “Cerca de la avenida repleta de silencios/ viven todas las familias de los solos./ Unas son ciegas. Otras han perdido/ el olfato y amaestran un perro/ que les sirve de lazarillo.” Su condición de solo para el solo no depende sólo de aquella niebla que se posa en su interior, su nostalgia y sus dolores, eso que convive con su silencio, sino también con ese afuera que los amenaza, que los conmina a ser demasiados y a preservarse entre leyes costosas que ponen precio a su soledad.
El adentro y el afuera, lo público y lo privado, lo secreto y lo confeso; todo ello se mezcla en el universo del solo, siendo lo que determina los rasgos de su especie. Especie que se va adaptando a la carencia de lo que se extingue, al delirio que nos ha sido impuesto por los cables con que ahora nacemos atados a nuestras caricias. SOLOS tiene como escenario este nuevo entorno, que no sólo ha cambiado la forma de relacionarnos con el mundo sino también la forma de identificarnos, de hallarnos, de ser. La relación con la máquina y el aparato, que ha hecho que nos alejemos del otro tras un telón donde un bullicio de espectros indaga en silencio el nuevo ciclo de la vida, el de nuestra soledad acompañada por otros solitarios que miran pasar sus sombras desde una ventana desconocida que los conoce profundamente.
El segundo capítulo Nacimiento del dolor desata la incertidumbre. El solo que ahora conocemos detalladamente pone en escena sus deseos y los embriaga de pesadumbre. Como si todo esto de lo que está compuesto el solitario entrara en contradicción con su carencia. “Hay un niño enfermo en mí/ que me corroe/ que se rompe y se manifiesta/ en el exabrupto de mis horas secas./ De mis llanto secos. De mi culpa seca.” La voz que antaño recorría las grietas del día es ahora un amasijo de senderos que se entrecruzan con el recuerdo y la condición de seguir siendo a pesar de lo recorrido, delatando el sentimiento y la emoción como elementos que determinan nuestro paso por el mundo, hallazgos imprescindibles de nuestra condición humana.
El rapto en este punto se ha consumado. Ya no hay una sola voz, ni es la del lector, ni la del poeta, somos muchos los que aparecemos involucrados en este libro, quizá como culpables o sometidos, la soledad a esta altura ya es un cielo despejado que nos cubre a todos. Las tormentas siguen adentro, bajo el silencio con que baja nuestra saliva al saber que nos hallamos en alguno de estos versos. “Todo ha sido un mar de limonada/ para echarle a la pus de las fracturas/ y terminar esta infección del alma.” Un estrago que nos delata compartidos, solos y consumidos, lunáticos de nuestras lágrimas rotas. Nos posamos así en el tercer capítulo La posta, donde un poema largo, dedicado al padre, nos pone en otro acertijo de la memoria: los que hemos sido, los que seremos. El solo despunta de otra soledad, como queriendo mantenerse bajo la tempestad de su atadura, espina de su amor en otra parte, la heredad que le pertenece a su presente. Las cenizas que se poseen y deben seguir cabalgando en el viento. “Tarde o temprano/ seré padre de mi padre./ Me acercaré al lado próximo de su sombra/ y comenzaré a renacer en su mundo de armas./ Manipularé la figura de sus genes. La razón de su causa y el efecto/ de sus circunstancias./ Aprehenderé de sus ramas/ y del fruto azul que encaja en sus raíces.”
El cuarto capítulo Esto fuimos en la felicidad, convoca al recuerdo como presencia, manifestación que se conserva como atadura o cicatriz. Reúne un conjunto de poemas de su libro publicado bajo el mismo título en el año 2009. En él los deseos vuelven a aparecer con el furor de su apariencia, sin la resignación que el dolor le ha destinado en otras páginas. “La esquina donde hoy crece un eucalipto/ era antes el café de nuestras horas./ Allí vivimos noches y mil y una,/ allí asomó Aladino y su mal genio,/ allí éramos más grandes que el destino.” Desde este capítulo el libro adquiere una condición de caleidoscopio, se detalla en dos caras, como la contraparte del que se asume solo pero conserva todos los espejismos de su pasado. Una libertad desaforada, un despliegue de azar y de costumbre, un hechizo de anhelos y apetitos, un orgullo siniestro que cabía en el orbe de Los Bíblicos, esa tribu que se incendió a sí misma multiplicando los panes y los peces de su resurrección.
Nostalgia del día bueno es el capítulo final, en él aparece la cotidianidad en un conjunto de estampas que manifiestan lo que han dejado los instantes, como evidencias de las múltiples metamorfosis que ha tenido la soledad. Los espacios definen la forma como se conserva el recuerdo, el clima con que nuestro presente abriga cada uno de sus retornos. El frío, el sol y la nieve comparten un mismo territorio, el largo trecho de sus apariciones alcanza a extender al presente la emoción de su origen. “El sueño,/ la nieve,/ esa nube de hastío que se repite/ en los mismos rostros;/ la misma calle de la ciudad/ que alguna vez/ fue cuna del encantamiento.” Migraciones que en presencia del anhelo conservan su andadura recobrada, el recuerdo como sangre del solitario, como su lava. Algo guarda silencio y un murmullo ocupa la última página, como una crepitación de algo que perece para su inicio.
SOLOS cobra su identidad de palíndromo al completar las cinco partes que lo integran. Inicia en el presente de un individuo transformado, alienado, condenado, pero que a la vez conserva las emociones de otra época, algo que resiste en su vacío, nos posiciona en los motivos que desde el exterior lo condenan; termina en el retorno, en el recuerdo, en su interior, el solo se mira desde el fondo de su inquietud, con los rezagos que han ido quedando de su devenir  hasta el nacimiento. Xavier Oquendo explora así diversas dimensiones en este libro, el tiempo como reflexión del instante, anunciándonos que este no se trata de algo pasajero sino que contiene las huellas de otros abismos. El lenguaje como manifestación polifónica, en él permanece el solo que representa a los demás, su condición plural, la voz pasa de la forma clásica (soneto) al poema de largo aliento y al verso desatado, libre, minimalista. Se halla también una reflexión por el carácter de pertenencia que puede tener un poema, ya que en este libro el lector se halla prolongado al nivel de enunciador debido a los rasgos que lo determinan y al entorno mecanicista que lo modela. SOLOS es un libro cuidadosamente labrado, que no arriesga su contenido ante la exploración de nuevas formas, pero nada de lo puesto en él pierde significado. Se remite a nuestro presente sin negar el pasado, conservándolo como un pilar del ser humano ante los mecanismos que lo condenan al olvido y a la muerte.  

***

)3(

Los solos comen la tristeza
y ahuyentan a la gente
con el olor de su potaje.
Están siempre esperando
que los acompañe
esa mísera persona
que los habita,
mientras el tren pasa.


)7(

Es solo el que se anuda la corbata
y vierte en el espejo su reflejo.
Se va mirando azul en un perplejo
golpe que da la luz y lo desata.

Solo es el que se esconde en su garganta
y busca otro sonido que lo acoja.
En su coraza vibra como hoja
que vuela hasta otro otoño que lo arranca.

Aquí estoy yo de solo, solamente,
incrementando el surco a la corriente
que escapa de su ostra mala traza.

Y aquí me quedo solo como el Cristo
que quiso ser humano y quedó listo
para llenar la alforja de su caza.


)8(

Allí viven dos solos
que han decidido desunirse del sistema.
Quieren poblar sus soledades divididas,
cortadas por el hacha astuta
de Dios –principal solitario
que nació de nuestra semejanza-.


RECUENTO DE LOS HECHOS

Todos nos fuimos.

Atrás se escucha el torpedo de la fiesta,
la corona roja de los bares,
el aguardiente azul que nos amaba
y la marcha desigual de la jarana.

Después, la madrugada con olor a miel.
Los amigos dormidos, amontonados
como un pozo de trinos,
como un manzano cargado.

Éramos todos, solo el viento era solo.
Los demás, los otros nosotros,
éramos uno en la soledad del nuevo día.

Nos dolíamos juntos y eso era la felicidad.


TÚNEL DE INVIERNO


Se abren y se cierran las puertas
de estos metros insensibles
que cubren toda nuestra ceniza.

Todos subimos y bajamos las escaleras
de una boca de metro
que se lleva los poros invernales
de nuestros húmedos cuerpos.

Llegamos, por fin,
a los túneles vetustos
que traspasan los trenes
todos los días de su trajinada,
mecánica,
bulliciosa
vida.

Los túneles infames
siguen ocultando
el cruel rostro del incendio.

***

Xavier Oquendo Troncoso (Ambato, Ecuador, 1972). Periodista y Doctor en Letras y Literatura. Ha publicado 8 libros de poesía. Su obra poética está recogida en Salvados del naufragio (poesía, 1990-2005); En narrativa: Desterrado de palabra (Cuentos, 2000, 2001). Antologías: Ciudad en Verso (Antología de nuevos poetas ecuatorianos, 2002); Antología de Nuevos poetas ecuatorianos (2002). Literatura infantil: El mar se llama Julia (novela, 4 ediciones), Esto fuimos en la felicidad (Quito,  2009). Representante del Ecuador en importantes encuentros poéticos y literarios en España, México (“Primer Encuentro de poetas del mundo latino”, -Oaxaca, 1998-), Colombia, Chile y Perú. Premio Nacional de poesía, en 1993. Es director y editor de ELANGEL Editor. Parte de su poesía ha sido traducida al italiano, inglés y portugués. Publicó recientemente su libro Solos.


3.3.12

Suenan timbres # 3

John Martínez González (Lima, 1981)


Bien sabemos que Perú es potencia en poesía. Pocos países se dan el lujo de guardar poéticas tan ilustres como la de César Moro, Jorge Eduardo Eielson, Blanca Varela o José Watanabe, sólo por nombrar algunos. César Vallejo es un poeta que excede todas las patrias. 

Escribir en Perú no es fácil. Estar a la altura de una tradición tan sólida debe ser una responsabilidad abrumadora. Sin embargo, en los jóvenes, seguimos encontrando voces excepcionales como la del poeta John Martínez Gonzálezquién, con una urdimbre sumamente original, va sumandolíneas a esta espesa arquitectura del lenguaje. 



Del libroCollage de Viaje(2009) 


****

“Habría que destruir el amor abominable que todavía nos arrastra, habría que destruir todo hasta la ceniza, hasta la sombra, para nunca volver a comenzar, hacer desaparecer esta vergüenza que significa vivir.”
César Moro


Se rompió la música
el color cayó de los ojos
y el tedio insoportable de mis voces múltiples
deshabitan una tras otra
las ventanas


                                   Desaparecimos / huimos
se termino el abrir y cerrar de ojos
se rompió el verbo
el dibujo de la leyenda en el bosque peregrino
la posibilidad del lenguaje

no llegamos a tiempo
ni siquiera para el lamento
todo ha sido perdida tras perdida

los rieles ensangrentados
las muñecas rasgadas.



****

En la medida real
de mis posibilidades
solicito al pohema
llene esta hoja vacía
que diga “yo”
y luego
“yo”,
plural anulado
bajo los sables del invierno,
elzaping
las llamadas
el chat depredador.



Del libro El Elegido(2011) 



MAESTRODICE


No importa tu lengua
importa mi cuerpo,
llámame como quieras como puedas 
                                    Danzante de tijeras 
Supayhuasitusac
pero repito
no importa tu lengua 
importa tu saliva
danzar en la noche del Sol
importa la sangre latiendo en todos mis cuerpos
el agua
la piedra
el poder
el pentagrama tocado por el zorro
el fuego del hielo
las vísceras del mundo
la dimensión terrible de un secreto con máscara de oropel
la dimensión que retumba cuando me hago uno con la 
tierra
no importa la voz sino las cuerdas
el asombro
no el gemido
el daño
las consecuencias de tocar lo profundo
el conocimiento silencioso de un secreto hecho de heridas
de pactos
de lunas
de amores arrancados de un tirón
de costumbre de paraíso de pedernal y de infierno de 
heladas.

No importa
repito como el musgo
La lengua o la piel
Importa la penitencia de la devoción
el designio implacable de los wamanis
el poder que sostengo.



***

El cuerpo es otra cosa,
elElegido flexibiliza la piel e incendia el arpa y el violín
es un instrumento más
la puerta entre los Apus y nosotros,
lenguaje cifrado de las piedras
latido distinto de la especie
elElegido 
es otro cerro 
otra verdad.



***

El ojo de agua es filtro de la devoción
soca puquío dormido
en el sendero del danzante 
adentro
el sapo 
elamaru
el cóndor 
y el jaguar 
afuera
elatipanacuy
el espíritu del agua
despertando la obsidiana
el secreto 
y el cuerpo
la cuerda vegetal 
la mesa preparada
para el polen milenario y cadencioso 
lo fértil de la verdad invocada por el baile.


Del libro inédito LAR


***

La casa-orgasmo de Polifluvial
de piernas abiertas
y follaje denso,
se abre por sobre el camino vegetal 
luego de la primera puerta
la primera caricia
el beso combustión
esa identidad de la casa-llave
la casa-verbo
donde las ventanas abren las puertas
y las mascotas en dúo arrastran los aullidos hacia otro sol.

Todos los labios producen fuego en la casa de Polifluvial
allí toda piel es un campo de batalla
una secreción
un ajedrez de semen por entre el jardín continúo a la balaustra sexual
ese madero ardiendo y apolillado donde los amantes anclan el corazón y zarpan hacia la tormenta.

La casa da a tierra santa y campos deportivos  pero su fuego los                      aniquila
elimina los juegos del agua y las casas de aves invasoras de latitudes escatológicas.
Su casa es un poema líquido fermentado en el hamor



CANGHUX


Precipitando una ofrenda de luces, la casa de Sandra ha recurrido a migrar hacia la siguiente latitud, mientras el sol se derrite en la niebla como si el mar bebiera otra muerte. 

Vivir en una costa donde el sol es tragado por la niebla, en una costa de bocas infinitas. Vivir y no vivir, replegarse como pueblos que van perdiendo a su dios, o fijaciones de planeamiento para besarse al atardecer por  amantes con buycard. 

Mientras la mitología del polvo es inhalada por los leones que emergen del vuelo de la casa migratoria de Sandra. Cientos de ellos caen al azar de su lengua, los que sobreviven peinan su cicatriz y se queman bajo la vereda del sol, hay otros que fulgurados se echan a dormir y de sus salivas salen ríos, bosques  y rocas peregrinas.



John Martínez González (Lima, 1981) Comunicador Social y  Promotor Cultural. Ha publicado los libros de poemas Collage de viaje (Editorial Altazor, 2009), El Elegido (Casa Katatay Editores, 2011), y la plaquetteDoblando (2010. Edición de autor). 
Es miembro de la Asociación Cultural Casa Katatay, que organiza el Festival de Poesía de Lima. Es co-editor de Casa Katatay Editores, sello editorial exclusivo de poesía.
Dirige el ciclo “Viernes de Letras”, en el mítico  Bar Zela, en Lima. 
Poemas suyos han aparecido en revistas impresas y webs del Perú y del extranjero. 
Ha realizado trabajos de video-poesía junto al videasta Jair Uzziel.

Bonus Track # 2


Jorge Enrique Adoum (Ambato, 1926 - Quito, 2009)


En el año 2009 falleció el poeta ecuatoriano Jorge Enrique Adoum, sin embargo su presencia sigue latente entre sus lectores. Su obra es un importante referente para los nuevos aires de la poesía latinoamericana, incidiendo también con las búsquedas en el ámbito literario de Ecuador. Adoum asumió el compromiso con el lenguaje sin perder su visión social y el arraigo cultural que implica ser hijo de este continente. 
En esta ocasión publicamos la entrevista que nos cedió el poeta Xavier Oquendo Troncoso, quien compartió de cerca con Adoum la amistad, el oficio y la palabra.




JORGE ENRIQUE ADOUM: 
SEÑAS PARTICULARES

Entrevista realizada por el poeta ecuatoriano Xavier Oquendo Troncoso



¿Como bien dice su poema Ecuador (La geografía): «Es un país irreal, limitado por sí mismo». ¿Siente, efectivamente, que el Ecuador es un país imaginario, como la línea que nos traspasa y que nos puso un nombre «sin pedirnos permiso», siquiera?

       —Allí me refiero a un problema de identidad. Hace cincuenta años, con ocasión del conflicto militar con el Perú, el embajador de Brasil nos aconsejaba «tener piel», o sea existir dentro de ella. Porque hasta entonces no nos habíamos planteado un proyecto de país: algo hizo en ese sentido Benjamín Carrión, buscándole un destino en la cultura, ya que no en la economía ni, evidentemente, en las armas. Tampoco lo hemos hecho debidamente después de él y aunque la responsabilidad es de todos, recae directamente en los dirigentes políticos, en los gobiernos, en los que, se supone, debían definir al Ecuador como nación.

¿A qué atribuye el hecho de que no haya un gran escritor ecuatoriano de gran talla internacional... Y si tal vez lo hay, y si lo hay, por qué no es lo suficientemente reconocido en el mundo?

       —Creo que hay más de uno. Viviendo en Europa, conociendo más de cerca su literatura y tratando de leer al mayor número posible de autores, hallé que, comparativamente y sin fatuidad patriótica, algunos poetas y narradores ecuatorianos estaban a su altura y, en algunos casos, la suya era mayor. Mas sucede que el país no constituye un pedestal suficientemente alto para que la figura que en él se yergue sea visible a la distancia. Cuando Casa de las Américas, de Cuba, publicó, en 1970, una antología de cuentos de José de la Cuadra —treinta años después de su muerte—, hubo extrañeza y asombro entre algunos críticos de México, Argentina, Chile, que no lo conocían. Si César Dávila Andrade, por ejemplo, hubiera nacido en uno de esos países, el reconocimiento de su poesía habría sido, por lo menos, continental.

Usted es sin duda, nuestro más alto escritor vivo. ¿Cómo se siente con esta responsabilidad, frente al mundo?

       —No soy el más alto escritor vivo del país sino, ahora, el más viejo. De modo que mi responsabilidad tiene otro origen: tratar de encontrar nuestro destino en nuestra historia, hacer que se realice, y mostrarlo, junto a otros que se han impuesto la misma tarea, de la mejor manera posible. O sea que, frente a mí y a los demás, la responsabilidad enorme e interminable de aprender a escribir.

¿Qué aportes considera que entregó (si así lo hizo) la literatura ecuatoriana a la gran época de la vanguardia en América Latina?

       —Creo que el aporte ecuatoriano más importante a la literatura de Latinoamérica fue el de los narradores de los años 30: algunos narradores chilenos —Luis Durand, Mariano Latorre...— me dijeron haber aprendido de ellos la audacia de la forma: algo como un primer grito de independencia del lenguaje. La vanguardia ecuatoriana, representada por la poesía, se incorpora —con igual mérito que el realismo, prácticamente contemporáneo de ella— a la de Perú, Chile, Argentina, México..., aunque después no insista en esa actitud y busque otras formas, incluso, como Gonzalo Escudero, las más antiguas de la poesía clásica española.

¿Y al boom latinoamericano? Como le suena aquello de que entre Fuentes y Donoso se inventaron un «Marcelo Chiriboga» para suplir la ausencia de un escritor ecuatoriano?

       —Chiriboga aparece, por primera vez, como personaje, en El jardín de al lado, de Donoso, quien lo hace desaparecer, como persona, en Donde van a morir los elefantes, con la transcripción de una supuesta nota sobre Chiriboga, tomada del obituario de El País. Fuentes, en cambio —que lo retoma diez años después de su aparición literaria en Cristóbal Nonato— en Diana, cazadora solitaria, más cercana a la autobiografía que a la novela, se refiere a él como a una persona real, con datos sobre su ocupación, su salud y la preocupación del autor por su situación económica. (Creo advertir, en ambos, cierto tono burlón referido, me parece, no sólo a esa ficción literaria sino al país real). Fuentes me dijo que fue una invención de Pepe Donoso, y que «era el autor que le faltaba al boom», aunque jamás existió. Parecería que se trataba, más bien, de completar, geográficamente y con humor —recuérdese la Historia personal del boom, de Donoso—, el grupo que contaba ya con representantes de México, Colombia, Perú, Argentina, y que los editores trataban de ampliar buscando otros en Cuba, Uruguay, Paraguay y Chile. Se me ocurre que ese personaje, con otro nombre, igual habría podido ser boliviano.

¿Cómo uno de los grandes conocedores de la literatura del país, debe tener una amplia visión sobre los escritores del Ecuador, cree en ellos, por qué?

       —Porque son, realmente, escritores, algunos de ellos muy serios, entregados por entero a su oficio, entendiendo, lo que no siempre estuvo claro, que el «compromiso» es, ante todo, con la literatura; o ensayando formas nuevas —a veces sólo por un afán de originalidad— que no siempre logran adaptar lengua y lenguaje a una concepción seria de una literatura otra, pero contribuyen a proponer nuevas actitudes frente a ella. Me parece que se ha generalizado cierta despreocupación, si no menosprecio, por los problemas, incluso de forma y de escritura, con el temor de que prospere esa predilección por la literatura light, acompañada de un artificial éxito comercial fabricado por razones y medios extraliterarios.

¿Considera a Carrera Andrade a la altura poética de un Huidobro, de un Neruda, de un Parra, de un Guillén, de un Lezama?

       —Sí, por diferentes que sean, aunque no creo en ese tipo de valoración comparada. Carrera Andrade es el único poeta que, a diferencia de Homero y Borges, por ejemplo, no habría podido ser ciego: ve las cosas y las cosas ocultas tras las cosas, que son, junto al ser humano y el paisaje, el tema de su poesía: por algo el símbolo predominante de ella es la ventana. Y sabemos que Carrera Andrade es el dueño absoluto de la metáfora, a quien uno siente ganas de pedir permiso para emplearla.

¿Cite tres nombres del Ecuador a quienes consideraría de verdadera valía internacional, y que no han podido salir de las fronteras?

       —Creo que Pablo Palacio, José de la Cuadra, Javier Vásconez han llegado a algunos círculos de especialistas, más que a esa entidad discutible y variable a la que llaman «público en general». Fuera de ellos, habría que pensar en Dávila Andrade, ya citado, en Raúl Andrade y en Francisco Granizo exclusivamente como poeta.

Usted, como el escritor vivo más representativo del Ecuador, que aconsejaría a sus colegas para que el Ecuador pueda tener una mayor resonancia literaria en el mundo?

       —No tengo autoridad alguna, menos aún en ese ámbito, para aconsejar a nadie.

¿Qué autores del mundo le habría gustado que nacieran en el Ecuador?

       —Solamente aquellos de quienes fui o soy amigo, para disfrutar de su compañía, de su saber, de su conversación enriquecedora. En cuanto a los demás, agradecido por lo que su obra me ha dado, ¿por qué querría imponerles los dolores, los sacrificios, las carencias y limitaciones que supone haber nacido aquí?

¿Cree que ser ecuatoriano aporta algo al engrandecimiento de la literatura, o la patria son los amigos, las palabras, el barrio...?

       —Habría que ser, más que presuntuoso, tonto para creerlo. Claro que la patria son la infancia, el barrio, las palabras, los lugares y, también, a veces, la esperanza de que este país llegue a ser el país que uno quisiera tener como origen y destino.


***
Jorge Enrique Adoum (Ambato, 1926 - Quito, 2009) Poeta, ensayista y narrador. Premio Casa de las Américas en 1960. Ha publicado: Poesía: Ecuador Amargo (1949); Carta para Alejandra (1952); Notas del hijo pródigo (1953); Los cuadernos de la tierra (I-IV / 1952-1961); Relato del extranjero (1955); Yo me fui con tu nombre por la tierra (1964); Informe personal sobre la situación (1973); los 37 poemas de Mao Tsetung (traducción - 1974); No son todos los que están (1979); El tiempo y las palabras (1992); El amor desenterrado y otros poemas (1995). Teatro: El Sol bajo las patas de los caballos (1972); Le soleil foulé par les chevaux (1970); The Sun Trempled Beneath the Horses’ Hooves (1974); Die Sonne unter den Pferdehufer (1979); II solo sotto gli zoccoli dei cavalli (1980); La sunida a los infiernos (1981), La montée aux enfers (1981).Novela: Entre Marx y una mujer desnuda. Texto con personajes (1976); Entre Marx et une femme nue (1985); Ciudad sin ángel (1995). Ensayo: Poesía del siglo XX (1975); La gran literatura ecuatoriana del 30 (1984); sin ambages. Texto y contextos (1989); Guayasamín: el hombre, la obra, la crítica (1997).

Xavier Oquendo Troncoso (Ambato, Ecuador, 1972). Periodista y Doctor en Letras y Literatura. Ha publicado 8 libros de poesía. Su obra poética está recogida en Salvados del naufragio (poesía, 1990-2005); En narrativa: Desterrado de palabra (Cuentos, 2000, 2001). Antologías: Ciudad en Verso (Antología de nuevos poetas ecuatorianos, 2002); Antología de Nuevos poetas ecuatorianos (2002). Literatura infantil: El mar se llama Julia (novela, 4 ediciones) Su último libro de poemas es Esto fuimos en la felicidad (Quito,  2009). Representante del Ecuador en importantes encuentros poéticos y literarios en España, México (“Primer Encuentro de poetas del mundo latino”, -Oaxaca, 1998-), Colombia, Chile y Perú. Premio Nacional de poesía, en 1993. Es director y editor de ELANGEL Editor. Parte de su poesía ha sido traducida al italiano, inglés y portugués. Publicó recientemente su libro Solos.