15.8.12

La concisión del Enigma


Portada del libro



A propósito del libro: 
EL DIARIO INÉDITO DEL FILÓSOFO VIENÉS LUDWIG WITTGENSTEIN de Fredy Yezzed
Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2012



Por Jorge Valbuena


En la introducción realizada por Bertrand Russell a la primera edición del Tractatus Logico – philosophicus (1921) coexiste un planteamiento por la importancia del libro de Wittgenstein con una duda, a la vez, una ardua duda que reclama e insiste por la lógica sobre el lenguaje que allí se desenvuelve. No todo estaba claro cuando se hablaba del límite, la finitud, el simbolismo concreto; por eso Russell advierte: “Wittgenstein compara la expresión lingüística a la proyección en geometría. Una figura geométrica puede ser proyectada de varias maneras.” Y culmina diciendo que la totalidad de los lenguajes de la que se sirve Wittgenstein para destilar su lógica sólo puede ser posible desde un entorno ficticio. Palabras más, palabras menos, pareciera que en el fondo de este embrollo algo quedaba por descubrir, por decir, algo que excedía los límites de su propia búsqueda. 

Es por eso que a estas alturas, en mi intención de articular con los límites de mis lenguajes una visión casi geométrica sobre el libro en cuestión, me pregunto qué habría escrito Russell si hubiera conocido El diario inédito del filósofo vienés Ludwig Wittgenstein ¿cuál habría sido su actitud proposicional? La proposición está relacionada directamente con el hecho, diría, de manera que la aparición o descubrimiento de este diario, dimensiona una condición objetiva en la que podría  empezar a creer, y por otro lado, la jaula donde se puso a la lógica y al límite alzaría vuelo ¿Es lógicamente posible? 

Nueve meses, dice el prólogo del diario inédito…, estuvo encerrado Wittgenstein en el campo de concentración al que lo llevaron y es allí, en ese tiempo en el que escribe su histórico Tractatus; menor tiempo fue ese al que estuvimos esperando desde este otro lado del campo de concentración a que fuera publicado El diario inédito del filósofo vienés Ludwig Wittgenstein, casi ya mito urbano, leyenda, rumor de inventario, entre los que esperábamos que viera la luz desde el 2007. Pero apareció, cobró una lógica adversa a la de la ficción y se publicó hace unos meses en Argentina, bajo el cuidado de Ediciones del Dock. Escrito o recobrado por Fredy Yezzed, El diario inédito… (En su condición de diario) ha transitado por los recovecos normales que implican romper los límites que muchas veces, o casi siempre, imponen las pautas editoriales. 

Reconocido en Colombia con una Mención Honorífica en el Premio Nacional de  Literatura – Poesía 2007, este importante libro pudo ser publicado años después con el Apoyo a la Edición de un libro de un autor RENATA 2010. En buena hora. Gonzalo Rojas, Marco Antonio Campos y Juan Manuel Roca, jurados encargados de esa versión, dicen del Diario inédito…: “Es un libro deslumbrante y lúcido. De una cerrada unidad en estilo y desarrollo temático. Muy interesante su seguimiento de los fragmentos wittgenstianos. Una suerte de aforismos y pensamientos que se vuelven intensa poesía.” Intensa poesía, dijeron, pensamientos que se vuelven intensa poesía, Superando así al enorme Russell que lo sabía, pero, pienso que tuvo miedo de decirlo en su introducción, miedo de decir la palabra que afilaría más la duda pero a la vez resolvería la discusión.
Aunque con tantos años y décadas por delante sigue siendo riesgoso. Cuando se lee el Tractatus, recorriendo sus decimales uno a uno, releyendo y mascullando, haciéndole trampa a los números, pareciera que Wittgenstein se hubiera empecinado contra la poesía, negándola a cada instante, resolviéndola, pero a la vez tropezando consigo mismo, ebrio de lenguaje. En la traducción extraña y bilingüe que conseguí del Tractatus dice, por ejemplo, en el apartado (¿o versículo?) 5.511: “Es muß sich an unseren Symbolen zeigen, daß das, was durch »v«, ».«, etc. miteinander verbunden ist, Sätze sein müssen.” (¿Cómo es posible que la lógica, que todo lo abarca y que refleja el mundo, use de tan especiales garabatos y manipulaciones? Sólo porque todas están unidas por una trama infinitamente fina al gran espejo.) No sé hasta qué punto esté de acuerdo con el filósofo vienés, pero su geometría tenía otras aristas, quizá las que se fijan en su diario. Pero esa es otra discusión.

“Expresión lírica, mirada personal y abismo propio” dice Yezzed, es “la carne que alimenta su libro.” Creo además, también, que se trata de intensa poesía, pero eso mejor se lo dejo a los filósofos. El diario inédito… comprende siete capítulos en los que el lenguaje dialoga consigo mismo, se viste de sus propios reflejos y se vigila hasta hacerse invisible, casi efímero, desaparecer, retornando siempre a un mismo punto, reconociendo la circularidad, o bien su condición geométrica, los límites infinitos de su espacio: “1. La realidad está limitada por la totalidad de la poesía. La poesía no tiene límites.” Manejando el sistema decimal que usara el filósofo vienés para desarrollar su Tractatus, el poeta colombiano mantiene la persistencia del equilibrio que requiere el nombrar, el decir, en medio de una tensión milimétrica, en la que se cruza el lenguaje como una constante resonancia, como el dador, protector y aseverador de todo cuanto existe. Este libro es un continuo circuito de hechos y proposiciones que buscan una lógica sin encontrarla, dándole a su propio fin el comienzo de su búsqueda: lo que dice el silencio. 

Libro artefacto, funciona como una figura geométrica, heptagonal, circular, que se confunde y se pierde entre los pliegues de su talla. Pretende ordenar un caos ingobernable que parte del lenguaje y busca al silencio como posible órbita de equilibrio, haciéndolo, en su desaparición, infinito: “6: 35 Pienso, pienso…, una palabra que me piense.” Se trata de fundir la concisión con el enigma. Wittgenstein aparece como el hecho, su entorno, su cuerpo, sus amores, la lógica de su convulsión, su depresión, su locura; y el poeta es un eco en otra época quizá, de sus indagaciones. El lenguaje es el único que permanece, el que construye con aforismos, poesía o no, un universo de relaciones con lo que percibimos y dejamos siendo. Sigue así su diálogo continuo, en una voz o en otra, amorfo, metamórfico, bestial, su condición es crear una totalidad incierta, multiplicándose y multiplicando todo cuanto nombra. 

Como Gran espejo unido por una trama infinitamente fina, se refirió el filósofo vienés a ese algo, lenguaje, dios o forma que lo gobernaba. Su diario es, en este momento otro destello de su laberinto. En el marco de la poesía colombiana se percibe como un libro que experimenta, pero se podría decir mejor que se trata de un libro que descubre. Sin querer destruir o reemplazar un estilo o fijar una poética, sin caer en el didactismo de propuesta y de deslumbre, El diario inédito del filósofo vienés Ludwig Wittgenstein sugiere otra condición del lenguaje en la que indaga sobre sí mismo, la realidad que desata su incertidumbre, sin descartar las posibilidades que brinda la forma como órbita o cartografía de sus cimientos, la ruta que interroga al límite. Incluso el pasado no está resuelto, permanece inédito…  pero, tal como termina el Tractatus y el diario de Wittgenstein, repito: “De lo que no se puede hablar, hay que callar la boca.”



2.8.12

Suenan timbres # 4

El amor y la palabra




Portada del libro de Saúl Gómez Mantilla



Por: Julio Borromé

Los poemas reunidos en El amor y la palabra del poeta Saúl Gómez Mantilla, componen en su brevedad un estado de extrañamiento, aun siendo ya, más o menos, distintamente conocidos sus motivos de encuentro y desencuentro, —me refiero al amor—que al fin, todos loslectores hemos encontrado en la poética del mundo. Extrañamiento a reconocerse y a elegirse a sí mismo, esto es, comprometerse; todo lo que le ata a sus recuerdos, todo lo que confiere forma y búsqueda a su vida, el amor, el cuerpo, la mujer, la existencia, el tedio, el hastío, la herejía.Y esto no puede hacerse sin una elección, decidirse es arriesgar que en modo alguno está dispuesto a seguir todo el camino recorrido.  El motivo del amor es más aquello que comprende y niega, esto que acaece en la palabra y lo devela; este darse cuenta es un acto de reconocimiento, de fe en la palabra que nombra el amor. El poeta mira de suyo a la amada, a algo temporal ligado con la vida y afirma la relación conel desamparo, la caducidad, el intento de probar su fuga en esa tentación siempre presente de desalojar al cuerpo amado, incapaz de descubrir el sentido de su trascendencia. Si el amor es palabra y la palabra nombra el amor, el poeta cede, siendo así que sublimiza su deseo, entonces el amor y la palabra comunican al poeta las mismas emociones que él lee mientras escribe un libro inexistente.Dice el poeta:

Anhelo

La esperanza cobija al nuevo libro
una mujer surge a cada página
en cada muerte de capítulo
el cuerpo espera un estallido.


De las palabras extraviadas

El poema que se pierde en la noche
un tejido de palabras
entre la algarabía y el tedio
para los libros que nunca llegan.


Otro de los motivos de El amor y la palabra, signa la existencia de los ángeles. En los textos canónicos, representan a entes sobrenaturales, que ofrecen favores exclusivos a quienes guardan una profunda devoción hacia sus milagros.Hay ángeles de la guarda, ángeles que cuidan la virginidad de púberes como en la Celestina, ángeles malditos presentes en la poesía de Baudelaire y Rimbaud, ángeles buenos como en la poesía de Rilke. Los ángeles hermafroditas de Miguel Ángel y ángeles tenebrosos y sádicos de los cuentos infantiles. El ángel que le habló a San Agustín. El ángel negro encarnación del racionalismo de Víctor Hugo. En cambio, los ángeles de Saúl Gómez Mantilla son presencias caídas, ángeles arruinados por el tedio divino, ángeles del que alguien una noche arrancó un dolor humano. Ángeles paganos, paródicos, desabrochados en su pecho sin alas, ángeles limosneros, encenizados, avanzan hasta más allá del semáforo con la retórica propia de quienes han abandonado el paraíso y sienten ahora el incidente de la vida, sus riesgos, sus dolores y tragedias.


Ángel del abandono

Para ser cómplice
cae
dolor extraño en su mirada.

Para nombrar sus delirios
y  hacer posible
todas las profecías

cae.


En la última parte del libro los poemas son pasajes de una vida sin propósitos, no hay más que vivenciar los días cuán es imposible toda realización hacia un fin último. La nada, puede referirse al deseo impostergable de lucha sin alcanzar el tributo de la absolución. El amor, el desencuentro, el mundo, la calle, el deseo, el dios en su olvido son acaso intérpretes y puentes entre este mundo y la poesía. La palabra evoca su perfecta mirada especular, lo resume todo como una noticia diaria que ya nadie quiere leer.

En un pequeño párrafo
la vida contenida en una imagen

Bonus Track # 4




El silogismo conversado



Santiago Sylvester (Salta, Argentina, 1942 - )



Entrevista por Fredy Yezzed

“Hay chirrido en las palabras”, dice Santiago Sylvester en su último libro “La palabra y” y en primera instancia las suyas se me hacen más bien como música tranquila, reflexión profunda y sencillez depurada, que me impulsa a cifrar su poesía como “un diálogo creciendo siempre”; en el sentido que, no sólo le presenta al espectador la belleza, sino lo invita a pensar, hay en su poesía una “comunicación recíproca”. Sabe Santiago Sylvester muy bien, junto con Wislawa Szymborska, que la poesía no es sólo llenar de deslumbrantes metáforas la página, sino dibujar el pensamiento y la emoción con exactitud. Sobre el viaje, el tiempo, la ciudad y el humor habla esta entrevista, que tuvo lugar en el tradicional café El Gato Negro sobre la Av. Corrientes en Buenos Aires una tarde de marzo de 2012.

Santiago Sylvester nació en Salta en 1946. Es autor de doce libros de poesía, de un libro de cuentos y uno de ensayos en Argentina y España. Ha recibido los premios Provincia de Salta, Nacional de Poesía, Gran Premio Internacional Jorge Luis Borges y Municipal de la Ciudad de Buenos Aires. En España recibió los premios Ignacio Aldecoa, de cuentos, y Jaime Gil de Biedma, de poesía. Es autor de dos antologías de la poesía del Nordeste Argentino, de una antología de la poesía de Manuel J. Castilla, y ha realizado ediciones críticas de obras de Juana Manuela Gorriti y Federico Gauffin. Codirige, en Ediciones del Dock, la colección Época, de ensayos sobre poesía.

Fredy Yezzed: Tengo entendido que los primeros poemas que leíste en tu vida cayeron en tus manos a través de un suplemento literario que llegaba puntualmente a Salta. ¿Cuáles fueron las primeras lecturas que desataste en esos años, creo ya de tu adolescencia?

Santiago Sylvester: Los primeros poemas que he leído en mi vida fueron necesariamente en el colegio: una institución humanista que le daba mucha importancia a las literaturas clásicas, con latín y griego incluido. Siendo muchacho, yo me enteré  en Salta de quiénes eran los poetas más o menos jóvenes de la época por los diarios de Buenos Aires que compraba mi padre, y que al ir en tren llegaban con dos días de retraso. El ejemplar de los domingos tenía página literaria, y era posible entonces leer allí poemas de Borges, Molinari o Mastronardi, quienes estaban en plena tarea de madurez, o de los jóvenes Enrique Molina, Olga Orozco o Alberto Girri. Esto es algo que hoy sería imposible, por el abandono de la poesía de las páginas literarias de los diarios.

Fredy Yezzed: Eres abogado ¿Por qué el camino del derecho, cuando tu vida y tu vocación ha estado toda entregada a la poesía?

Santiago Sylvester: Ya es tarde para arrepentimientos, pero supongo que el derecho fue una orientación familiar: mi padre también era abogado. Por otra parte, el estudio del derecho me resultó siempre atractivo (ya no tanto el ejercicio de la profesión, lo supe cuando ya era tarde). El derecho es una lógica de pensamiento, y creo que tiene bastante que ver con lo que escribo: el saldo es que me sirvió, tal vez porque me interesa el “silogismo conversado”, según la calificación, muy acertada creo, que usó Javier Adúriz para mi poesía. Por otra parte, como le he oído a Héctor Tizón, que también es abogado, también a mí me sucedió que “el abogado le dio de comer al escritor”.

Fredy Yezzed: Silogismo conversado, creo que muy acertado, pues muchos de tus poemas empiezan con una enunciación “El presente tiene razón”, dices y luego los desmenuzas en una reflexión profunda sobre el tema. (De allí tu multitud de dos puntos (:) lanzas una frase como una piedra, y luego dejas que el lago dibuje las ondas). Este aspecto lo intuí con mayor énfasis cuando tratas uno de tus temas centrales, y ya tu libro “El reloj biológico” lo avisa, (aparte de la muerte) y es el tiempo. ¿Qué podrías decir con respecto a este asunto?

Santiago Sylvester: Es posible que el tiempo sea nuestro único problema real. No es que los otros sean inventados, pero diría que es el único que de verdad no tiene solución. Tal vez por eso es uno de los grandes temas del arte: se ha dicho que si no existiera la muerte no existiría la filosofía. Tampoco el arte: y la muerte resulta ser precisamente todo el tiempo propio acumulado. En cuanto a los dos puntos, que efectivamente uso bastante, intento dar con ese recurso cierta velocidad al poema, además de que me permite suprimir algunos nexos.

Fredy Yezzed: Publicaste cuatro libros de poesía, si no me falla la cuenta, en la Argentina y te fuiste exiliado a España. ¿Podríamos interpretar que hay un cambio fuerte entre esa escritura y lo que escribiste en España?

Santiago Sylvester: Un cambio de país es un cambio fuerte. Tiene que ver con el corrimiento del centro, y una reubicación de lo periférico. Esto incide en el punto de vista, no sé si en el lenguaje. Pero lo cierto es que pasé un largo tiempo en puerto seco, sin poder escribir, cuando llegué a vivir a Madrid; y cuando pude volver a escribir, algunas cosas habían cambiado, aunque tal vez también lo hubieran hecho aún en Argentina. El viaje de verdad es el tiempo, y ese reloj corre aunque uno esté distraído. En cambio, al volver a vivir a Argentina desde España, veinte años después, no me pasó lo mismo: pude seguir escribiendo como si no hubiera existido otra remoción.

Fredy Yezzed: Discúlpame, utilicé  la palabra “exilio” anteriormente, pero desconozco si efectivamente fue así, o si fue una decisión por otro motivo.

Santiago Sylvester: Estuve vinculado con lo que pasaba en el país, pero no me fui para salvar la vida. Mi exilio fue inducido, pero no obligatorio.

Fredy Yezzed: El mismo Cortázar dijo en una entrevista que lo primero en lo que trabajó en París fue como empacador de libros, un oficio humilde que le permitió pensar en su obra sin distracciones. En el caso tuyo, ¿qué llegó a hacer Sylvester a España para ganarse la vida?

Santiago Sylvester: Primero tuve una bolsa de estudios de una institución española para trabajar sobre Cernuda. Fue una gauchada que me hizo una amiga muy solidaria, la poeta Francisca Aguirre. Después ya tuve que revalidar mi título de abogado (puro realismo: estaba obligado a esto, tenía dos hijos) y trabajé tres años en el Ministerio de Economía, y después varios años en la UGT, el sindicato socialista.

Fredy Yezzed: ¿Qué características percibiste de la poesía española de esos años que no tengamos noticia? ¿Cómo veía la España que viviste la poesía sin rima y desarticulada que escriben los suramericanos?

Santiago Sylvester: En esos años, y en mi generación, predominaba en España una poesía muy esteticista que, no sé si en broma o en serio (y tal vez en los dos sentidos) se titulaba “veneciana”. Parece que los poetas tenían esa ciudad como referencia estética, y eso daba una poesía que muy poco tenía que ver con nosotros. Como diría Bernard Shaw, estábamos separados por la misma lengua. Por suerte, no todo era así, también paralelamente se escribía de otro modo, más interesante; y por otra parte, una vez que nos ubicamos, no nos privamos de opinar como si fuéramos locales. Creo que esto hay que hacer siempre que uno es extranjero: meterse en los debates porque si no es imposible integrarse. Por supuesto, terminé integrado, de otro modo hubiera sido imposible quedarme veinte años.

Fredy Yezzed: Ganaste un premio muy importante en España, el Jaime Gil de Biedma en  1993, con tu libro “Café Bretaña”; y ahora con la reciente desaparición del Richmond de calle Florida, visitado por Borges, Cortázar, Graham Greene, Saint-Exupery; creo que tu libro cobra una interesante lectura. ¿Cómo es la génesis de ese libro? ¿Lo escribiste enteramente en España? ¿Qué recuerdo conservas de los antiguos cafés?

Santiago Sylvester: He pasado, y paso, buena parte de mis días en los cafés. De ahí que el tema se me impusiera solo. En realidad, fue derivación de un libro anterior, “Escenarios”, que concibe a la vida como una sucesión de escenarios: uno de ellos, el café. Y el café es un escenario muy interesante porque a la vez que es cerrado, es abierto, tiene puertas y ventanas, entra y sale gente, suceden negocios, amores, desamores, charlas al paso y fugacidad: gente de todo tipo. Escribir ese libro fue como tomar conciencia de todo eso y ponerlo por escrito. Fue escrito íntegramente en Madrid, y el nombre deriva de un café al que solía ir, vecino a mi trabajo, que se llamaba Café Bretón; pero el “ón” final me sonaba a zambomba así que lo cambié, creo que con beneficio.

Fredy Yezzed: No solamente es visible en tu libro “Calles”, la presencia urbana y cotidiana del terruño, de Salta. ¿Cuándo te das cuenta quizás con mayor énfasis de la reflexión-presencia viva de la ciudad de Salta, quizás en España, a la distancia?

Santiago Sylvester: Fue paulatino, tal vez porque la llegada plena de lo urbano también fue paulatino en Salta. Cuando yo era muchacho, el campo estaba cerca, caminando se llegaba a él en media hora, y una caminata de muchachos podía terminar en un chapuzón en un río. Hoy es una ciudad con toda la barba y los problemas de la gente; ya no tienen nada que ver con el campo. Por otra parte, mi vida se convirtió en totalmente urbana cuando me vine a estudiar a Buenos Aires, y ya el campo se me retiró aunque tenga mucho gusto en volver a él: pero mi vida, y los intereses de mi vida, se pasean por la ciudad. Podría agregar que desde que he vuelto a vivir en Argentina (unos quince años atrás) he redescubierto el campo, tengo una casa metida en los cerros de Salta y por ahora bastante aislada: eso me hace observar cosas que no son urbanas, y me gusta. Un día que tormenteaba me fui a ver la llegada de la crecida del río, se lo oía bramar; en el momento que salía, un amigo, el poeta Raúl Aráoz Anzoátegui (que acaba de morir de 89 años) me llamó por teléfono: le dije que después lo llamaría porque no quería llegar tarde a ese espectáculo, y él me contestó: “¡Dichoso que todavía tenés reflejos de poeta agrario!”.

Fredy Yezzed: Quizás para muchos intelectuales latinoamericanos, “Salta” les suena con la misma musiquilla lejana de “Macondo”. ¿Qué poeta y obra de Salta nos invitarías a leer y por qué?

Santiago Sylvester: Tal vez Salta, como Macondo, sea en parte cierta y en parte invención: este es el gusto que dan los lugares con carácter. Salta tiene por detrás una buena cantidad de cosas particulares, como que empezó antes de que se descubriera América. Ya entonces había música, comidas, mitos, artesanías, que siguen vigentes hasta hoy, con las modificaciones lógicas del tiempo. Es zona vieja, y a la gente de ahí le gusta que sea así: se siente reconocida en esas cosas. En cuanto a poesía, en primer lugar recomendaría los “Cancioneros populares” de todas las provincias del Norte (cinco), recogidos por Juan Alfonso Carrizo: uno de ellos es de Salta. Es impresionante la cantidad de coplas, romances, canciones infantiles, décimas, etc., todos de procedencia anónima y transmisión oral que hay en esa región: más de un metro en un estante. Y en cuanto a poetas con nombre y apellido, son imprescindibles Juan Carlos Dávalos, Manuel Castilla, Aráoz Anzoátegui ya nombrado, además de algunos narradores como Federico Gauffin. De los poetas vivos, hay que leer a Leopoldo Castilla y a Teresa Leonardi, por lo menos. La razón en cada caso es sólo la buena calidad.

Fredy Yezzed: Releyendo tus libros “Perro de laboratorio” y “Reloj biológico” vi una presencia (sin su volcán metafórico, claro está)  de la obra del maestro Gonzalo Rojas. ¿Cuál es tu lectura de ella? Quizás lo conociste de cerca...

Santiago Sylvester: Gonzalo Rojas era uno de los grandes de verdad, y si se me permite decirlo tontamente, posiblemente sea el más grande que he conocido personalmente. He sido amigo suyo y he parado en su casa de Chillán cuando él tenía ya 91 años. No sé si hay huellas de él en lo que escribo, pero no me sorprendería por la admiración que le tengo. En realidad, lo que me gusta de su poesía (lo he dicho en algún ensayo) es que se le nota la procedencia: viene desde lejos, con su siglo de oro español bien aprendido, con Vallejo, Neruda, más todo lo que él mismo enumera, y un gusto por las palabras que también tiene que ver con la carga de poesía anónima que tiene nuestra lengua. Su poesía tiene memoria mezclada a la inventiva.

Fredy Yezzed: Desconozco, si ya te lo han dicho antes, pero me llama mucho la atención como fluye el humor en tu poesía. Cuando leía tus poemas, por ejemplo: “La alarma”, “El aprendizaje”, “Invocación al  ácaro” y luego recordando nuestros previos encuentros, pensé en esa cita de Samuel T. Coleridge: “No hay un espíritu bien conformado al que le falte el sentido del humor”. ¿Qué dices al respecto, no solo de la cita, sino de tu obra también?

Santiago Sylvester: El humor es imprescindible para vivir: es una de las virtudes terrenales. Por otra parte, y sobre todo en su versión irónica, es también una forma de la cortesía para quitar engolamiento a cosas serias, a veces fatales. Lo uso cada vez que puedo: es como quejarse sin poner cara de dolor.

Fredy Yezzed: “La palabra y” es un libro espeso, como deberían ser los buenos libros, que te demoren, que no se lean en una sentada, que te obliguen a pensar y a volver a ellos… En ese ir y venir, descubrí, quizás algo viejo que usted ya habrá reflexionado, y es el motivo del “viaje”, del movimiento, de un allá y un acá, pero también de una condición de desigualdad, de orfandad, de indefensión, tal vez… Así lo percibí en ese maravilloso poema que es: Postales al Tirreno... Y en uno de sus poemas magníficos que habla del viaje metafóricamente: Fragmentos de la separación

Santiago Sylvester: El viaje, y sobre todo la radicación en distintos sitios, me ha ocurrido desde joven. A los 17 años me trasladé a vivir a Buenos Aires, sin dejar del todo Salta, donde estaba toda mi familia, y a donde volvía siempre. Después me tocó irme a vivir a Madrid, y entonces ya estuve triangulado: Madrid-Buenos Aires-Salta; y desde hace muchos años vivo de ese modo. No es entonces un viaje más o menos turístico, más o menos de viajero, que también tuve, sino de domicilios plurales. De esto resulta que cuando estoy en un sitio, suelo mirarlo “también” desde afuera, y no tiene nada que ver con la esquizofrenia, sino con la mirada. Eso me dio esa noción de “la separación” que me persigue a donde vaya: llevo puesta una cierta separación.

Fredy Yezzed: No me ha sorprendido la admiración y el cariño por tu persona y tu obra, por parte de la mayoría de los poetas jóvenes con los que he tenido la oportunidad de dialogar. Pero sí me ha sorprendido que un poeta de tu recorrido haya dedicado sus valiosas horas de lectura a estudiar y antologar a jóvenes, ese cardinal estudio que es: “Poesía Joven del Noroeste Argentino” publicación que se ha convertido en un referente central de los estudios de la región y del país. ¿Por qué inicias esa agotadora empresa?

Santiago Sylvester: Primero me propuse hacer una antología de la poesía del Noroeste en el siglo XX: algo así como una antología histórica, que publiqué en el Fondo de las Artes. Luego hice también para el Fondo esa otra de la poesía joven, o más o menos joven, de la misma región, porque tampoco había ninguna; y me encontré con una buena cantidad de poetas interesantísimos que, tal como funciona el país, no habían tenido mucha difusión, y en algunos casos ninguna. En realidad esos fueron unos años muy movidos y muy intensos; me he visto obligado a recorrer todas las provincias de la región, con la mirada puesta en sus poetas. Muy importante para mí, y con un saldo del que no puedo quejarme: me gusta la región, que es la mía, y quiero sus expresiones artísticas.

Fredy Yezzed: No te preguntaré sobre la trasnochadísima pugna entre Buenos Aires-Interior, sino más bien en qué medida ha aportado Buenos Aires a la obra de Sylvester?

Santiago Sylvester: Por supuesto que sí aportó. Por lo pronto, lecturas a una edad de aprendizaje, cuando uno es una esponja. Por otra parte, un clima, un enjambre universitario, también a esa edad en la que uno vive con mucha intensidad. Y además tuve en seguida muchos amigos poetas, algunos mayores que yo, que me aportaron conversaciones, muchas conversaciones; y no hay que olvidar lo que decía Goethe, que sabía lo que decía: “la literatura es la sombra de una buena conversación”.

Fredy Yezzed: Y finalmente, Santiago, para no robarte tanto tiempo, una pregunta personal ¿Ha escrito y ha hecho Santiago Sylvester lo que ha deseado?

Santiago Sylvester: No tanto. Lo que he podido, sí; y he sido voluntarioso.